martes, 5 de junio de 2007

La noche de RCTV (y al día siguiente)

José es un gran amigo venezolano. Lo conocí cuando compartimos una especie de "exilio" en Barcelona. Fue allí donde aprendí de su lucha por poder vivir con tranquilidad y libertad en su país. Como buen luchador que es el 27 de mayo protestó por el cierre de RTCV. He aquí su relato...


Hay cosas que indignan tanto, yo no sé. La marcha venía desde la Plaza Brión de Chacaíto, recorrería el kilómetro escaso que abarca la Avenida Principal de Las Mercedes y se concentraría frente a la sede del Consejo Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL) para exigir ante ese organismo que se respetara uno de los derechos más esenciales del ser humano: el de la libertad de expresión. Esos marchantes venían armados, sí: con pitos, banderas, pancartas, consignas, pañuelos y botellitas de vinagre –por si la cosa se ponía dura con las lacrimógenas-. Ese día, hasta las 11.59 PM estaría al aire la señal de Radio Caracas Televisión, la televisora de señal abierta más importante y antigua del país, con un historial de 53 años.

La muerte de RCTV significaría (y tristemente significó a la medianoche de ese domingo 27 de mayo) la metáfora más contundente de la muerte de la democracia. Cuando la marcha llegó a CONATEL se topó de bruces con un cerco policial exagerado, cerca de un centenar de policías vestidos con el uniforme antimotines (escudos, cascos con visera, escopetas de perdigones, armas para lanzar bombas lacrimógenas) y respaldados por la tristemente popular “ballena”: un camión blindado que lanza manguerazos de agua a altísima presión para revolcar por los suelos a los revoltosos.

Y como el destino de las naciones también se escribe con líneas torcidas sería bueno sacar a colación una paradoja bastante infeliz: el máximo directivo de CONATEL, el capitán Jessy Chacón, ha llevado a cabo dos cierres de televisoras en este país. Éste, el del 2007, lo hace disfrazado de civil bajo el supuesto amparo de la ley y bajo la figura –que no se cree nadie, comenzando por los personeros del gobierno- del finiquito de la concesión del espacio radioeléctrico que corresponde a RCTV. Mienten, esto es simplemente un ajuste de cuentas político, “no me gusta ese canal que habla feo de mí”. El otro cierre que tiene en su carrera Jessy fue en la madrugada del 4 de febrero del año 1992, cuando el capitán Chacón estaba bajo las órdenes del teniente coronel Hugo Chávez Frías y le fue encomendada la toma de Venezolana de Televisión para transmitir el mensaje de los golpistas. Jessy negoció como sólo lo saben hacer los hombres de uniforme a la hora de la chiquita: con 15 disparos de FAL al vigilante que custodiaba la entrada al canal.

Las imágenes de cómo amaneció ese día la televisora estatal son imposibles de adjetivar: cadáveres, reguero de vísceras, charcos de sangre sobre suelos, paredes, techos. Dicen los pocos sobrevivientes que quedaron para contarlo que Chacón traía el mensaje para la nación de sus jefes en una cinta de VHS; a los muy listos no se les ocurrió que las televisoras transmiten en U-matic, en Betacam, en D-2 o en otros formatos más profesionales. Nadie sale al aire en VHS. La incompetencia, regada por la ignorancia, pone especialmente violentos a quienes carecen de ideas; así que el ensañamiento contra los trabajadores, espueleado por la frustración de los armados, fue especialmente sanguinario. Y cuando el capitán Chacón fue capturado por las tropas que frenaron la intentona golpista salió de VTV con las manos en alto y lo único que osó decir, dos veces, fue: ¡Viva Chávez!

Con ese mismo hombre veníamos a dialogar los marchistas esa tarde de domingo, para pedirle de la mejor manera, la única, la más pacífica con la que contamos, que no obedeciera una vez más a las órdenes criminales del jefe. Que no cometiera una segunda mutilación a un medio comunicacional en su vida. Puedo jurar, pues estuve allí en el lugar de la protesta desde que se inició la concentración hasta el momento en que fue de tan mala manera disuelta, que los manifestantes no hicieron absolutamente nada que justificara semejante represión. De la nada, sin que hubiera la más mínima razón, llovieron bombas lacrimógenas, sonaron las detonaciones de los perdigones, la ballena revolcó contra el piso a señoras, jóvenes, hombres desarmados con las manos en alto. Los periodistas con sus micrófonos, sus cámaras de foto y video estaban sobre el techo de una camioneta en la esquina cercana a la sede de CONATEL, y por primera vez en mi vida he visto cómo el cañón de la ballena giró desde la masa aterrorizada hasta los periodistas y los derribó como barajitas haciéndolos caer de la peor manera.

La gente entró en cólera, porque los atropellos indignan, porque pocas cosas limitan más a una persona que tener que contestar con gritos y consignas a un hombre uniformado que dispara a quemarropa. Contingentes de decenas de policías, centenares de refuerzos, llegaron para perseguir a los manifestantes. Lo hacían incluso subidos a sus motos, disparando desde ellas, encerrando a los indefensos entre pelotones que atacaban de frente y espalda y también por los costados. Lo hicieron dos y tres veces. Dejaban que la gente, indignada y valiente, se conglomerara de nuevo y cuando menos lo esperaban volvían a arremeter con una furia y un placer desmedidos. Los alemanes tienen una frase terrible: “el placer más grande que gozamos en la vida es el de ver humillados a nuestros enemigos”. Esa tarde-noche en Las Mercedes supe que en Venezuela también algunos compatriotas gozan conjugando esos verbos. Fue un día doloroso, fue triste. Un día de ira soterrada. Regresamos a casa heridos, mientras Chávez y los suyos celebraban.

A la mañana siguiente amanecimos sin RCTV, ciertamente; pero lo que no calculó el gobierno nacional, el detalle que no supo adivinar Jessy mientras ejecutaba la orden del quítate tú para ponerme yo era que esa noche -en medio del atropello- se le había perturbado el sueño a un monstruo entrañable. Al día siguiente los estudiantes de todo el país estaban en la calle para no volverse a guardar en casa más, el dragón de la juventud se sacudía años de silencio y letargo. Y ahora no saben cómo sedar a la bestia. A lo mejor se les ocurra intentarlo con un mensaje grabado en cinta de VHS.

José Urriola
5 de junio 2007.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luis A. Iribarren:

Soy venezolano y tengo que confesar que comparto la indignación por el atropello del que han sido víctimas periodistas, profesionales, estudiantes, la gente de a pie. Valientemente escrito este texto. Veamos qué piensa y qué hace ahora el resto del mundo.